Como consecuencia de la censura inquisitorial, en los territorios del Sur de Europa surgieron múltiples formas de escrúpulo y desconfianza hacia la textualidad. Las prohibiciones y las medidas de control lograron infundir en los lectores una aprensión hacia la lectura, ante la posibilidad de encontrarse frente a un libro potencialmente peligroso o de errar en la “recta” interpretación del mismo. Además de las instancias oficiales de censura, formas de control más sutiles, menos visibles, pero a veces más cercanas al lector, ejercieron sobre este una potente influencia inhibitoria, que buscaba fomentar una aproximación cautelosa a la lectura, la interiorización de los criterios censorios e, in fine, la conversión del lector en censor de su propia conducta. Tales formas de control, más “difusas”, se alojan en particular en los discursos pedagógicos y moralistas, así como en las prescripciones, guías y recomendaciones de lectura, formuladas por eclesiásticos, teólogos, teóricos, docentes, pares, etc.